Tres razones para impugnar la monarquía
Hoy se corona Carlos de Inglaterra, el hijo de la reina Isabel II, recientemente fallecida tras 70 años en el trono. La monarquía británica es la joya de todas las monarquías del planeta, marca trayectoria y sirve de ejemplo a muchas casas reales dada la longevidad y durabilidad de la institución: 12 siglos.
El acontecimiento de la coronación real nos sirve como excusa para enumerar a vuelo pluma tres razones para impugnar la monarquía como forma de estado.
La monarquía es antidemocrática por naturaleza
La jefatura del estado en una democracia plena y avanzada no puede recaer por derecho divino o de herencia en una familia determinada, puesto que el carácter hereditario de la institución rompe cualquier principio de igualdad. Además, burla la soberanía popular al hurtar el derecho de la ciudadanía a elegir a la máxima representación del estado. Somos súbditos, no ciudadanos y ciudadanas libres.
Pero la cosa no queda ahí. Los reyes suelen gozar de inmunidad y esto implica autocensura, limitando una de las principales libertades democráticas, la libertad de expresión y de prensa. Y si ya hablamos del caso español, sumemos su condición ilegitima al ser una imposición de la dictadura franquista. Y dura el atado y bien atado puesto que ni el CIS pregunta por la monarquía en sus encuestas ni tampoco el Congreso da a conocer las conversaciones telefónicas del 23F. Algo habrá.
La monarquía siempre es aliada de los poderosos
Es normal, por otra parte. Dado que la monarquía defiende un privilegio junto a las élites que también necesitan garantizar los propios. Por tanto, hay una conjunción de intereses compartidos en la defensa común de sus beneficios y privilegios. En la corona española ha sido evidente el alineamiento del emérito con las grandes fortunas de aquí y de acullá. No sólo sus amigos multimillonarios que lo reciben y lo alojan, sino también la relación amistosa y comercial con monarquías absolutistas como las de Arabia Saudí, Qatar o Emiratos.
A esto se le suma la condición de cabeza de las fuerzas armadas, donde la monarquía se erige en jefe supremo del ejército donde se establece una suerte de relaciones privilegiada con la cúpula militar. Y no será la primera vez donde vemos cierta tolerancia, por definirlo en términos suaves, de los monarcas de turno con los golpes de estado y las dictaduras: la Grecia de los Coroneles, la España de Alfonso XIII, la Italia de Víctor Manuel y Mussolini, etc.
La monarquía es corrupta
Sin limitaciones democráticas, con impunidad, blindada por el resto de poderes, la corrupción surge como las margaritas en primavera. La mayoría de las monarquías tienen un déficit de transparencia porque el enriquecimiento ilegal forma parte de su acervo común. La riqueza de la monarquía británica se calcula en 92.000 millones de €, más que el PIB de Luxemburgo. Volviendo al emérito, se le calcula una fortuna de 2.000 millones de €. Ni obteniendo los sueldos oficiales durante varias vidas pueden llegar a esas cantidades, que por otra parte están a bien recaudo en las cajas fuertes suizas y ocultas, obviamente, al control de Hacienda. Ya se sabe, hacienda somos todos, excepto unos pocos.
De matraca. Y utilización vergonzosa como publicidad de lo estupendo de la tradición y la monarquía como soporte de la unidad de un gran número de naciones (como no lo sería para las Autonómias) y respeto total a toda religión, como los españoles vamos a querer una República y Laica. Pues eso espectáculo publicitario para los Bribones.