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Las redes del odio

Terminaron aquellos tiempos donde existía un debate de ideas en las redes sociales. La discusión franca pero respetuosa ha pasado a mejor vida. Ahora, el terreno de juego lo domina el insulto del troll de turno cuando no entra en acción miles de bots para situar un determinado mensaje falso. Las fake news arrasan. Hasta el punto que el 31% de usuarios de redes sociales ha compartido bulos.

¿Por qué interesa tanto convertir las redes sociales en un campo minado? Básicamente, para convertir en inservible un instrumento que competía y contrastaba la información «oficial» de los medios corporativos. Desde el momento en que millones de personas accedieron a la información por su móvil y no por la prensa escrita o los telediarios, las redes sociales se convirtieron en un poderosísimo medio de comunicación. En las redes reinaba el libre pensamiento, una especie de anarquía democrática, donde cualquiera podía ser una fuente de pensamiento crítico. Un evidente peligro para un establishment absolutamente entregado a una estrategia de idiotización de la sociedad como herramienta de dominación. Y dónde la dispersión de mensajes, el ruido, ocupa una parte fundamental en la robotización de las mentes.

Cacofonía ruidosa

La pérdida de eficacia de las redes, la disminución de su impacto, es directamente proporcional al incremento del ruido. El ruido en las redes tiene una doble vertiente. Por un lado, la invasión de mensajes vacuos, sin contenido real, que hacen perder un tiempo que no tenemos. Miramos el móvil unas 150 veces al día de media. Unas 60 horas a la semana. Horas que no dedicas a la lectura, a ir al cine, al teatro, a disfrutar de un paseo o a conversar mirando a los ojos a esa persona que te gusta. Por otro lado, la avalancha de noticias por multitud de canales y medios, muchas veces, repetidos, produce desasosiego. Es cómo si diez personas diferentes te estén hablando a la vez y no entiendes a ninguna.

Vivimos en un estado de hiperconectividad, sometidos a la dictadura del móvil, en un mundo que se mueve muy deprisa y donde la noticia se consume muy rápidamente, tapándose unas a otras con una rapidez vertiginosa. No estamos preparados para digerir con sensatez y espíritu crítico ese consumo veloz de noticias. Directamente, ejercemos la presunción de veracidad y asumimos el titular como realidad.

Todo es efímero y se presenta, además, bajo una óptica de entretenimiento vacío sin buscar la implicación crítica del espectador consumidor. Se busca que no pienses, que no preguntes, que no investigues, se anula cualquier esfuerzo intelectual. Como máquina humana productiva que vende su fuerza de trabajo a cambio de un salario lo que se busca de ti es que seas un espectador fiel que simplemente cree lo que le dicen y disfruta con ello.

Dictados de posverdad

En este contexto, los mensajes sencillos, cortos, maleducados, fanfarrones, de la derecha extrema, convenientemente repetidos una y otra vez, penetran fácilmente en las mentes de una población acrítica, sobre todo cuando se explotan prejuicios muy asumidos. Frente a esa considerable efectividad de la consigna descarada y chulesca de la ultraderecha, presentada como políticamente incorrecta, barnizada de anti todo, de nada sirve la construcción de un relato alternativo por parte de la izquierda, sabiamente construido pero igualmente ilegible para el común de los mortales. La derecha presenta sus ideas de forma fácil y sencilla, no obliga a nadie a tener que estudiar para repetir como un papagayo sus mentiras virales. La izquierda suele autocomplicarse la comprensión de sus propios mensajes. Se lo ponemos difícil a la gente. Parece que hablamos más para nosotras mismas que para la gente corriente a la que decimos representar.

De esta forma, las redes terminan cada vez más siendo dominadas por una hiperpolarización política donde no hay espacio para la razón y el argumento. La descalificación del contrario, el insulto, la mentira descarada, los bulos, dominan la escena. El guion está escrito. Una poderosa arma de construcción de rebeldía se está convirtiendo a pasos agigantados en un mero ritual de encuadramiento ideológico donde los poderosos se están imponiendo. En estos tiempos de incertidumbre navega libre la posverdad. No nos queda otra que imaginar nuevas narrativas y fomentar una gramática donde el menos pueda llegar a ser más.

Un comentario en «Las redes del odio»

  • Es un ‘dispositivo de consumo’. La ausencia de comunicación entre individuos a diario hace que se vuelque toda su ira y frustración.
    Si olvidarnos del diario recelo de aprobación por los demás (la jodida imagen). Son atomizadas ilusiones condenadas a la desconexion.
    NO existe organización posible sin tiempo al consenso.

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