El racismo no es cosa del pasado
En 1966 la ONU declaró el 21 de marzo como día mundial contra el racismo. Seis años antes, en 1960, un 21 de marzo, la policía sudafricana disparó contra una manifestación pacífica contra el apartheid. 69 personas negras, entre ellas mujeres y niños, fueron asesinadas y otras 180 fueron heridas. El gobierno racista blanco declaró el estado de emergencia y detuvo a cerca de 12.000 opositores a su régimen. El ANC, el partido de Mandela, fue prohibido y poco después, en 1962, el propio Mandela fue detenido y encarcelado, llevándose 27 largos años recluido y convirtiéndose en el preso de conciencia más famoso de la historia reciente.
El apartheid era un régimen político racista y antidemocrático que se fundamentaba en la segregación racial y el supremacismo blanco. La mayoría de la población negra no tenía derechos políticos, como el voto. La minoría blanca, un 21%, poseía el poder político y económico. Había colegios y universidades sólo para blancos, parques y zonas de recreo sólo para blancos, barrios sólo para blancos, transporte sólo para blancos, playas sólo para blancos, etc etc. Los matrimonios y las relaciones sexuales entre blancos y negros estaban prohibidas. Las personas negras (68%) no podían moverse de una ciudad a otra sin permiso de las autoridades blancas. Tampoco podían crear empresas, establecer negocios o ejercer sus profesiones en las zonas para blancos. Esto que parece hoy una atrocidad existe, en gran parte, en el actual Israel donde se discrimina a la población palestina con los mismos métodos de apartheid empleados en la Sudáfrica racista.
El racismo es la ideología que justifica la discriminación por motivos étnicos. Los nazis, por ejemplo, justificaron el asesinato masivo de rusos, polacos, serbios, gitanos, judíos… a los que tildaron de “untermensch” que significa “subhumano”. La categoría de “inferiores” justificaba todos los desmanes que se realizaron en pos de la conquista militar del “espacio vital” que añoraban los nazis. Evidentemente, la ultraderecha alemana también asesinó a sus oponentes políticos como comunistas, socialistas o republicanos españoles. Y hasta, homosexuales o personas con discapacidad, a las que consideraban “desechos humanos”. Y todo esto para mayor gloria de la supuesta ‘raza aria’ que no es más que una invención acientífica.
Sin embargo, no fueron los únicos que establecían este tipo de argumentaciones. Por ejemplo, el “demócrata” Winston Churchill llegó a manifestar: “No admito que ningún mal se haya hecho a los nativos indios de Norteamérica o a los aborígenes australianos. No admito que se haya hecho ningún mal a esta gente por el hecho de que una raza más fuerte, superior, una raza más sabia, haya llegado a tomar lo que le pertenece». El imperialismo se justificó por la supuesta superioridad de los blancos europeos sobre las poblaciones nativas que fueron colonizadas, esclavizadas y, a veces, exterminadas. El filosofo inglés David Hume fue, en este sentido, muy claro: «Tengo tendencia a sospechar que los negros y en general todas las demás especies de hombres (porque hay cuatro o cinco clases diferentes) son naturalmente inferiores a los blancos».
El comercio de esclavos negros hacia América del Norte se justificó por la supremacía de la raza blanca sobre la negra. El trabajo esclavo en las plantaciones de algodón fue clave para que Norteamérica lograra la acumulación de capital necesaria para construirse como potencia económica mundial. Vemos, por tanto, que detrás de la ideología racista y supremacista se hayan siempre objetivos que tienen que ver con la expansión militar, política y económica del imperialismo europeo, ya sea desde posiciones abiertamente fascistas o supuestamente democráticas.
Pero el racismo no es algo del pasado. Recientemente, hemos visto como se extendió el movimiento Black Lives Matter en EE.UU. que fue clave para la derrota de Trump. Un país donde la mitad de la población masculina negra ha pasado por la cárcel y la mitad de la población masculina blanca es universitaria. O en Madrid, un mitin neonazi donde una joven afirmaba en un claro delito de odio: ”el judío es el problema”. El capitalismo necesita del racismo para justificar sus desmanes contra los pueblos, para normalizar la explotación y la rapiña, al igual que usó el fascismo para suprimir libertades y maniatar a la clase trabajadora. Racismo y fascismo van justos.
La batalla es ardua y va desde no normalizar chistes o comentarios racistas hasta desmontar las leyes que oprimen por motivo de origen o situación administrativa. Desde combatir las expresiones de odio de la ultraderecha hasta educar en los valores del respeto a la diversidad intercultural. No hay razas, o más bien sólo hay una: la humana, que además tiene un origen común.
Parece que el capital encuentra una posibilidad en el fascismo sobre la que construir la desigualdad necesaria para seguir explotando recursos naturales y humanos. Si hay humanidad de primera y de segunda, se justifica que ésta última tenga la suerte que «merezca».
La única respuesta posible para no repetir la historia es democracia, democracia y más democracia.