Blanquear a la ultra: Ramón Tamames
¿Qué persigue Abascal y Vox al proponer a Ramón Tamames como presidente del gobierno en su anunciada segunda moción de censura contra Pedro Sánchez? Una moción de censura condenada, al igual que la primera, al más absoluto fracaso, es el instrumento elegido por Santiago Abascal, líder de Vox, para desgastar al Gobierno de coalición y promocionar su partido en este año electoral. Abascal no se autopropone como líder dispuesto a suceder a Sánchez. Quiere evitar la imagen anterior donde sólo Vox votó su moción de censura y encima se llevó un buen rapapolvo de Pablo Casado, entonces líder del PP. En esta ocasión, Feijóo, que no tiene asiento en el Congreso, no podrá intervenir en el debate y muy probablemente, Cuca Gamarra no tendrá piedad con su antiguo compañero de partido. Pero la razón de fondo de colocar a un anciano ex comunista como candidato a presidente del gobierno de la extrema derecha tiene que ver con los cálculos electorales del propio Abascal y Vox. Vox no agranda su espacio por la derecha, por ahí hace tiempo que llegó a su límite natural. De hecho, los 52 escaños de Vox no representan ese espacio de ultraderecha que es mucho menor desde el punto de vista electoral. El populismo de derechas, anti político, que apela al sentido común como gancho, necesita zafarse de esa imagen franquista y retrógrada para seguir seduciendo a esos sectores conservadores, algunos de extracción popular, que compran su habitual demagogia. Así las cosas, Tamames, un profesor antifranquista que sufrió cárcel, dirigente del PCE de Carrillo, uno de los economistas más leídos de España, es el candidato perfecto para blanquear a la ultraderecha. El objetivo es vestirse de instrumento pretendidamente útil que busca salvarnos a todos ante el «desastre» de este gobierno sin miradas ideológicas. El anciano ex comunista le viene perfecto como tonto útil para dicha empresa. Sánchez Dragó, entregado a la ultra derecha de Vox desde hace tiempo, fue el autor intelectual de la propuesta. De hecho, ambos fueron al penal de Carabanchel durante las protestas estudiantiles del 56 y ambos son reconocidos por su excesiva ambición y su inflado ego. Sin embargo, el intento de seguir engatusando a los descreídos del sistema, aparte de inútil, suena hasta ridículo. Difícilmente es comprable por la opinión pública la figura de un anciano, al que le cuesta mantenerse en pie, frente a la vitalidad de Sánchez. Y peor lo ponen cuando el desmedido afán de protagonismo del personaje es conocido. Mal servicio le ha prestado Dragó a su jefe político.