Otros

Por qué lo llaman poder cuando quieren decir gobierno

FICHA 2. POR QUÉ LO LLAMAN PODER CUANDO QUIEREN DECIR GOBIERNO

A/ La revolución industrial y los inicios del movimiento obrero

La revolución industrial (1750-1830) produjo un empeoramiento de las condiciones de vida de muchas familias obreras. Los antiguos artesanos y los campesinos venidos a la ciudad, convertidos en proletariado industrial, empezaron a soportar condiciones durísimas de trabajo. Las jornadas laborales de 14 y 16 horas, seis días a la semana, en lugares donde no había ventilación ni higiene, provocaban muchos accidentes laborales y enfermedades.

Máquinas mal instaladas y las pésimas condiciones en las fábricas provocaban explosiones, inhalación de sustancias tóxicas, con un calor insoportable que convertían el aire en irrespirable. Los trabajadores operaban sin ningún tipo de protección y las muertes y mutilaciones ocurrían con frecuencia. Apenas había inspecciones gubernamentales de los centros de trabajo, tampoco existían seguros de accidentes ni seguridad social. El 50% de los operarios moría antes de los 20 años debido a los accidentes y a las pésimas condiciones de trabajo.

Además, los miserables salarios no daban para vivir lo que obligó a que menores y mujeres se incorporaran a las fábricas para ayudar al sustento de las familias, hasta el punto que dos terceras partes de la fuerza laboral llegaron a ser mujeres y niños.

La concentración de masas obreras en los centros fabriles ayudó a la toma de conciencia colectiva, pasando de ser una clase en sí (un objeto que era mera carne de cañón para la explotación) a ser una clase para sí (un sujeto que tomaba conciencia de su situación y se auto organizaba). De nuevo, fueron las condiciones materiales de la existencia humana las que obligaron a crear mecanismos de cooperación. Cuando se producía un accidente laboral grave, perdiendo una mano, un brazo o una pierna, el obrero era despedido y sus compañeros le ayudaban mediante las cajas de resistencia. Así nacieron los primeros lazos de solidaridad obrera que fueron encarnándose en sociedades de apoyo mutuo, socorro obrero, asociaciones, etc. Este fue el germen primigenio de los sindicatos obreros.

En 1829, se fundó el primer sindicato obrero a escala nacional en Inglaterra. En 1834, varios sindicatos de oficio se asociaron en las Trade Union, que fue ilegalizada por el gobierno británico. En España, en 1840, se formó la primera sociedad de socorro mutuo. Y en 1888 se funda la Unión General de Trabajadores (UGT).

Las primeras luchas obreras que se orientaron a la demanda de reducción de jornada laboral fueron respondidas por los diferentes gobierno con crueldad represiva y prohibiciones de los primeros conatos de auto organización. Sin embargo, ya en 1848, los trabajadores franceses ganaron la jornada laboral de 12 horas.

B/ La consolidación de la burguesía y los inicios del socialismo como movimiento político

Las luchas sirvieron también para sacar conclusiones de las mismas, tanto sindicales como políticas. Van surgiendo los primeros movimientos: el ludismo, por el obrero Ned Ludd, que propugnaba la destrucción de las máquinas, al que consideraba la fuente de pobreza de la clase trabajadora, 1811; el cartismo, que mediante cartas a los periódicos, de ahí el nombre, propugnaba el sufragio universal masculino y el derecho de los no propietarios a poder ser elegidos diputados, 1837.

Surgen las primeras ideas socialistas como los llamados socialistas utópicos (Robert Owen, Charles Fourier, Flora Tristán, Henry de Saint Simón, etc), algunos de ellos empresarios o nobles que guiados por ideas humanistas, proponían diversos planteamientos filantrópicos para mejorar la sociedad.

Por ejemplo, el británico Owen, que era empresario y director de fábrica, rechazaba la lucha de clases y creía en la fraternidad humana, planteaba el cooperativismo como alternativa al capitalismo. El francés Fourier, heredero de los negocios de su padre, se opuso a la revolución industrial y desarrolló las ideas cooperativistas en su propuesta de una cooperativa modelo, el falansterio, que algunos autores consideran el inicio de las ecoaldeas.

El también francés, Saint Simón, era conde y entendía la ciencia como motor del cambio social. Reconocía una lucha de clases entre productores (capitalistas y obreros) y ociosos (nobles y curas) y abogaba por introducir la planificación económica y una especie de tecnocracia científica. Muy alabado por los posteriores socialistas científicos, Saint Simón tuvo de secretario a August Comte, el padre de la filosofía positivista.

Mención especial merece Flora Tristán que 60 años antes del movimiento de las sufragistas británicas escribió:

El nivel de civilización a que han llegado diversas sociedades humanas está en proporción a la independencia que gozan las mujeres”.

Tristán fue una de las precursoras remotas del feminismo y por su vinculación al movimiento obrero, incluso del feminismo de clase, porque de muy joven tuvo que ponerse a trabajar para sobrevivir. Se separó de su marido maltratador y fue abuela del famoso pintor Paul Gauguin. Tristán fue la autora de la frase “Trabajadores del mundo, uníos”, que luego fue ampliamente conocida por ser evocada en El Manifiesto Comunista (1848).

Tras las aportaciones de los socialistas utópicos se van configurando los primeros movimientos revolucionarios (anarquismo y marxismo o socialismo científico) que convivieron en la I Internacional, fundada en 1864, pero que ya antes se fueron dibujando.

En 1848, se produjo la primavera de los pueblos. En Francia, la revolución liberal burguesa acabó de nuevo con la monarquía, restaurada tras la derrota de Napoleón e implantó la II República Francesa. En Alemania se produce un fracasado primer intento revolucionario de unificación de los diferentes estados alemanes. En Italia, se produce la primera guerra por la independencia contra el Imperio Austríaco. En España, el intento revolucionario de deponer la monarquía es aplastado.

Vemos, entonces, como el capitalismo está asentado en toda Europa pero las tareas democrática burguesas no están desarrolladas de la misma forma en los diferentes países. Mientras, en Gran Bretaña y Francia, el capitalismo ya se proyecta al exterior, con expansión colonial y el inicio del imperialismo, en Alemania e Italia no se ha producido ni siquiera la unificación nacional, condición sine qua non, para el desarrollo capitalista. Esto será la causa de posteriores enfrentamientos bélicos como la I y la II Guerra Mundial, al llegar tarde, ciertas potencias al reparto del mundo.

En términos históricos, el capitalismo como modo de producción dominante en el planeta existe desde hace 500 años, pero en muchos países la burguesía no había tomado el poder político. Esta contradicción entre la base (infraestructura económica y estructura social) y el estado (superestructura política e ideológica) se resuelve de diferentes formas. En Gran Bretaña, donde se mantiene la institución monárquica, cumbre de la nobleza, mediante matrimonios y negocios, se fusiona la clase emergente que goza de dinero y la élite terrateniente que detenta la tierra y el poder político, un modelo que se seguirá tanto en Alemania como en España.

En cambio, en Francia, la revolución de 1789, expropió la tierra, fuente de poder a la nobleza y al clero. Por eso la revolución francesa es el modelo a estudiar como revolución liberal clásica, ya que se trata de una revolución que llegó hasta el final en sus cometidos democrático burgueses: expropiación de la tierra, eliminación de la nobleza, unificación nacional, separación de la Iglesia y el estado, abolición de la monarquía.

C/ La teoría marxista del estado

La primera teoría consistente sobre el estado surgirá como consecuencia del estudio de la Comuna de París (1871), considerado el primer estado obrero de la historia, aunque sólo durara dos meses. En el libro de Carlos Marx, La Guerra Civil en Francia, encargado por la I Internacional, se detalla la sucesión de acontecimientos. La represión sangrienta de la Comuna con 30.000 personas fusiladas, entre ellas mujeres y niños, familias enteras incluso, además de otros miles encarcelados y desterrados a las colonias de ultramar, constituyó una amarga lección, que dió lugar a entender el estado burgués como meros “cuerpos armados en defensa de la propiedad privada” (Federico Engels).

Más adelante, Engels hace un esfuerzo mayor en su libro El origen de la familia, la propiedad privada y el estado (1884) donde explica el estado como fruto de los antagonismos entre las clases sociales, pero será Marx quién formulará una primera teoría que engarce con la realidad del momento.

La enseñanza fundamental de la Comuna es que el gobierno y el poder son diferentes y que la transformación social sólo es posible mediante una vía revolucionaria de destrucción de la maquinaria del estado. No se trata de conquistar el estado puesto que gobierno y estado son instrumentos diferentes y el estado se puede alzar contra un gobierno legítimo, como los casos de España en 1936 o Chile en 1973 vinieron a demostrar.

La destrucción del estado burgués y su sustitución por el estado obrero es el planteamiento de Marx:

Entre la sociedad capitalista y la sociedad comunista media el período de la transformación revolucionaria de la primera en la segunda. A este período corresponde también un período político de transición, cuyo Estado no puede ser otro que la dictadura revolucionaria del proletariado” (Crítica al Programa de Gotha, 1875)

La posición de Marx en la socialdemocracia alemana era muy respetada, pero ya en 1891, después de su muerte, ocurrida en 1883, y con un Engels anciano -moriría cuatro años después- el nuevo programa de la socialdemocracia alemana, el programa de Erfurt, redactado por Karl Kaustky y Eduard Bernstein planteaba:

La lucha de la clase trabajadora contra la explotación capitalista es necesariamente una lucha política. La clase trabajadora no puede librar sus luchas económicas y desarrollar su organización económica sin derechos políticos. No puede llevar a cabo el paso de los medios de producción a la posesión de la comunidad sin haber tomado posesión del poder político”.

Nótese que la palabra revolución no aparece y tampoco la noción dictadura del proletariado.

D/ La teoría reformista del estado

En 1899, Bernstein publica Las premisas del socialismo y las tareas de la socialdemocracia donde el dirigente socialdemócrata plantea posiciones revisionistas respecto al marxismo. Se vive una época de gran desarrollo capitalista donde, además, los sindicatos están arrancando mejoras importantes, lo que hace que Bernstein piense que las tesis de Marx son equivocadas y que con la vía reformista o gradualista se puede alcanzar el socialismo logrando la mayoría parlamentaria:

La palabra revisionismo, que en el fondo sólo tiene sentido para cuestiones teóricas, traducida a lo político significa reformismo, política del trabajo sistemático de reforma en contraposición con la política que tiene presente una catástrofe revolucionaria como estadio del movimiento deseado o reconocido como inevitable”

En aquella época el SPD era el principal partido obrero del mundo. Publicaba diversos periódicos y semanarios, dirigía los sindicatos con 2,5 millones de afiliados, disponía de asociaciones culturales, clubs deportivos, teatros, coros, etc.., casi una sociedad paralela en Alemania, sirviendo como modelo para todo el socialismo occidental. A principios del siglo XX, llegó a los 400.000 afiliados, cifra que se elevó a 1.700.000 militantes en 1912. En ese mismo año se convirtió en la primera fuerza parlamentaria de Alemania.

Por tanto, Bernstein estaba enfermo de objetivismo, pensando que era posible alcanzar el poder por la vía parlamentaria. La mala suerte de Bernstein es que dos años después de lograr la mayoría parlamentaria se declaró la 1ª Guerra Mundial y el SPD, el principal centro de la II Internacional que había declarado su oposición tajante a la guerra, votó los presupuestos de guerra. Lo mismo que hicieron los socialistas franceses. De hecho, la oposición a la «guerra imperialista» era un lugar común en los últimos congresos de la II Internacional anteriores a la Primera Guerra Mundial. La Segunda Internacional fue destruida de facto.

¿Qué ocurrió? Para ser justos, la clase obrera alemana se dejó llevar por la oleada de propaganda patriotera y mayoritariamente, las masas obreras eran pro belicistas y fueron reclutadas para las fuerzas armadas. La socialdemocracia en vez de ir contracorriente y defender sus tesis pacifistas decidió colaborar con los esfuerzos de guerra y con el gobierno con la excusa de que se trataba de una guerra defensiva. Los obreros alemanes no querían ser derrotados por ese régimen autocrático y arcaico que era Rusia, lo que echaría por la borda sus conquistas sociales.

Cuando los socialdemócratas votan los créditos de guerra, en agosto de 1914, Alemania es en ese momento el país más avanzado del mundo en este terreno. Ya ofrece a los obreros un seguro de accidentes de trabajo (obligatorio desde 1884), jubilación y seguro de invalidez, así como seguro de enfermedad (obligatorio desde 1889). En Francia, el seguro de enfermedad no se impondrá más que a partir de 1930 y la protección contra los accidentes de trabajo, en 1946.

La propuesta reformista o revisionista continuó existiendo. De hecho, es el planteamiento principal de los partidos socialistas europeos desde entonces.

E/ La guerra imperialista y la revolución rusa

La 1ª Guerra Mundial es la línea roja que marca la época en la que el capitalismo deja de ser progresivo pues el desarrollo de la economía y el progreso entra en contradicción absoluta con sus propias bases: la propiedad privada de los medios de producción y el estado nacional. En el período inmediatamente anterior, el capitalismo todavía jugó un rol progresista relativo. La guerra mundial demostró que la supervivencia del capitalismo necesitaba la destrucción de la principal fuerza productiva: la clase trabajadora. Las grandes potencias imperialistas se lanzaron a la guerra para defender sus colonias e imperio (caso de Gran Bretaña y Francia) frente a la potencia industrial emergente (Alemania) que llegó tarde al reparto colonial del mundo y quería también las materias primas de las colonias para su incipiente y gigantesca industria.

La nueva época abierta por el surgimiento del capitalismo monopolista y su proyección exterior, el imperialismo, no sólo impulsó un comercio mundial y consolidó un mercado global sino también un conjunto de relaciones políticas de carácter internacional. La guerra también demostró la docilidad y apego a cada estado de los partidos socialistas que rápidamente olvidaron los principios internacionalistas y adaptaron las proclamas patrióticas. Cualquier atisbo revolucionario de la anterior socialdemocracia internacionalista de Marx y Engels fue enterrada en sangre en las trincheras de Verdún.

Sin embargo, durante la guerra se produce la primera revolución socialista victoriosa dirigida conscientemente por un partido marxista, la revolución rusa. La cadena imperialista se rompió por su eslabón más débil y abrió condiciones para la victoria. Nadie podría pensar, en aquel entonces, que un país atrasado como Rusia, disponía de condiciones materiales para una revolución socialista.

La servidumbre feudal había sido abolida en Rusia en 1861, más de 60 años después que en Alemania o casi un siglo después que en Francia. No existía una burguesía potente económica y políticamente que pusiera en riesgo el poder de la aristocracia encabezada por el Zar. Es decir, la revolución pendiente en Rusia era democrático burguesa, para acabar con la autocracia zarista y con el poder de la propiedad terrateniente. Esa era la concepción dominante. Sin embargo, los negocios e inversiones extranjeras, sobre todo, de capital británico y francés, comienzan a materializarse y nacen dos grandes focos industriales: San Petesburgo y Moscú.

La inversión extranjera provocó el surgimiento de gigantescos centros industriales en cuyas fábricas existía una concentración obrera muy superior a la de los países capitalistas más avanzados. Mientras que en EE.UU. sólo el 17,8% de los obreros fabriles trabajaban en fábricas de más de mil empleados, en Rusia ese porcentaje ascendía al 44,4%.

Mientras que Rusia seguía siendo un país atrasado de mayoría campesina (150 millones frente a sólo ocho millones de obreros industriales) también era el país con mayor concentración obrera industrial del mundo por fábrica, porque las fábricas y tecnologías que se implantan en Rusia corresponden a las más eficientes y modernas y también a las de mayor dimensión, lo que permite un avance más rápido de la conciencia social y política del proletariado.

La ley del desarrollo desigual y combinado explica como un país atrasado puede engendrar una formación social totalmente nueva, en la que las conquistas más recientes de la técnica y la estructura capitalista se entrelazan con relaciones propias de la barbarie feudal, transformándolas, sometiéndolas y creando una relación peculiar entre las clases.

El origen del 8 de marzo y el papel revolucionario de las mujeres rusas está estrechamente unido. El 8 de marzo de 1917, el día de la mujer trabajadora, (23 de febrero en el calendario ortodoxo ruso, por eso se llama revolución de febrero) las obreras del barrio de Vivorg, en las afueras de San Petesgurgo, declaran la huelga y piden “pan”. Las 90.000 obreras del textil lanzan proclamas que llegan al resto de las fábricas de toda la región y al día siguiente 200.000 trabajadores del metal, la mitad de la fuerza laboral en la zona, se unen. Se producen los primeros enfrentamientos con los antidisturbios de entonces, la caballería cosaca. Al día siguiente la huelga sigue expandiéndose, pero ya se demanda el fin de la guerra y de la autocracia zarista.

Tres días después, con 40 muertos en las calles, producidos por los disparos de la policía, el gobierno saca al ejército a las calles, pero aún así la huelga y las manifestaciones persisten. Las obreras confraternizan con los soldados y los regimientos empiezan a desobedecer y a negarse a disparar. Regimiento tras regimiento se van alzando, fusilan a los oficiales y se ponen del lado del pueblo. El gobierno decide enviar tropas leales a San Petesburgo pero no las encuentra. Las obreras se dirigen al Palacio de Táurida, sede del Zar y lo toman, el monarca había huido. La revolución se extiende también a Moscú. El zar abdica. En una semana de lucha obrera se derriba el régimen milenario de los zares en Rusia, se pasa de una monarquía a una república y todo lo comenzaron las mujeres obreras que celebraron su día con una huelga masiva.

F/ La teoría leninista del estado

Se forma un gobierno provisional y los exiliados comienzan a volver, Vladimir Ilich Lenin, entre ellos. Lenin, el líder de la fracción bolchevique de la socialdemocracia rusa, plantea en las famosas Tesis de Abril (1917) la toma del poder político y el inicio de la revolución socialista, posición que contradecía sus propias opiniones de antaño y que encuentra serias resistencias en el seno de su propio partido. A las posturas dogmáticas de repetir los viejos esquemas de parte de sus compañeros, Lenin responde con su famosa frase: “Gris es la teoría y verde el árbol de la vida”.

El gobierno provisional, en vez de escuchar al pueblo que demanda el fin de la guerra, decide organizar una ofensiva militar en el frente y en el interior endurece la represión. Los bolcheviques son perseguidos y detenidos. Lenin huye a Finlandia, donde escribe uno de los libros más leídos de la historia: El estado y la revolución (1917), el libro más anarquista escrito por un marxista dado que en el mismo plantea las condiciones objetivas para la extinción del estado.

Se trata de un libro que no tiene desperdicio y formula, en varios capítulos, una teoría completa sobre el estado. En primer lugar, explica el surgimiento del mismo basándose en los textos de Engels y su composición esencialmente coercitiva (policía, ejército, jueces, cárceles, etc) para posteriormente analizar las revoluciones de 1848 y la experiencia de La Comuna para sacar lecciones de ambas.

Lenin explica que, en última instancia, el estado se compone de destacamentos especiales de hombres armados que detentan el monopolio de la violencia en defensa de la propiedad privada. Por lo tanto, para derrocar el viejo estado y superar la resistencia de los opresores, la clase obrera necesita su propio “Estado”, es decir, necesita organizarse como un poder alternativo, capaz y dispuesto a hacer frente a la resistencia de la reacción. Pero este estado de los trabajadores, siendo la organización de la aplastante mayoría de la sociedad, no tiene nada que ver con el viejo y monstruoso aparato burocrático con su ejército de funcionarios militares y civiles. Semejante organización, ya no es un estado, propiamente dicho, sino un semiestado, una organización muy simplificada, basada en el administración democrática directa del pueblo, un estado cuyo único fin es llegar cuanto antes a su propia desaparición.

Así, del estudio de La Comuna se derivan los cuatro rasgos de la democracia obrera o dictadura del proletariado:

  • Elecciones libres con revocabilidad de todos los funcionarios, incluidos los judiciales

  • Ningún funcionario puede recibir un salario más alto que un obrero cualificado

  • Ningún ejército permanente, sino el pueblo armado.

  • Gradualmente, todas las tareas de administración del Estado se harán por todo el mundo de forma rotativa. “Cuando todo el mundo es un burócrata por turnos, nadie es un burócrata”.

Lenin plantea la extinción progresiva del estado conforme vayan desapareciendo los antagonismos entre las clases, a diferencia de los anarquistas que propugnan la abolición del estado de forma idealista. El estado se terminará disolviendo en la sociedad. Pero este proceso no es algo arbitrario que se puede llevar a cabo por decreto. La posibilidad real de sustituir los viejos mecanismos de coacción por una sociedad auténticamente libre depende del grado de desarrollo de la sociedad y de la emancipación humana. Mientras que exista lucha de clases existirá estado. Sólo cuando los hombres y mujeres estén libres de las preocupaciones humillantes identificadas con la lucha cotidiana para la supervivencia, sólo cuando las horas de trabajo se reduzcan a una mínima expresión, sólo entonces se dispondrá de las condiciones necesarias para desarrollarse como seres humanos libres.

Sólo entonces será posible la participación de todos en las tareas de administración y gestión de la sociedad, la única manera en que se puede lograr la desaparición del estado. Por esta razón, contrariamente a los prejuicios anarquistas, el estado no se puede abolir por decreto, sino que se disuelve en la sociedad en la medida en que la transformación de las condiciones de vida de la sociedad lo permita.

En octubre de 1917, los bolcheviques que controlan las guarniciones militares de San Petesburgo y Moscú, gracias a su mayoría en los soviets (consejos de diputados de obreros, campesinos y soldados), se lanzan a la insurrección contra el gobierno provisional. En pocas horas, consiguen el control, prácticamente sin derramamiento de sangre, de las dos principales capitales. Se forma un gobierno de coalición entre bolcheviques y social revolucionarios de izquierdas (un partido radical que representaba al campesinado pobre) que dicta la nacionalización bajo control obrero de la industria, la paz sin anexiones y la expropiación de los terratenientes.

La nobleza y la escasa burguesía rusa, con el apoyo de las potencias occidentales (14 ejércitos extranjeros invadirán la Rusia bolchevique), se alzan en armas contra el nuevo estado obrero y se abre un período de guerra civil que durara tres años. La revolución triunfa con el duro coste de no poder llevar a cabo todos los sueños, incluidos los cuatro rasgos del estado obrero defendidos por Lenin en 1917.

El impacto de la primera revolución socialista victoriosa de la historia fue tremendo. En Francia, la Sección Francesa de la Internacional Obrera (SFIO, el nombre oficial del Partido Socialista, entonces, se afilia a la Internacional Comunista. En Italia, dirigentes de la talla de Antonio Gramsci abandonan el Partido Socialista y forman el Partido Comunista Italiano. En España, un ala del PSOE forma el PCE. Tal fue el impacto que hasta la CNT se adhirió durante un tiempo a la sección sindical de la Internacional Comunista.

G/ Fascismo, fordismo y bonapartismo

Durante la guerra e inmediatamente después se desarrolló una oleada revolucionaria en toda Europa. En Hungría se establece una república soviética al estilo de Rusia que duró desde marzo hasta agosto de 1919 que fue ahogada por la invasión de Rumanía. En Alemania cae la monarquía y se establece la república de Weimar, un pacto entre generales prusianos y la socialdemocracia para abortar la revolución alemana. Asesinan a Rosa Luxemburgo y Karl Liebnecht, socialistas que se habían opuesto a la guerra y fundadores del Partido Comunista Alemán. España no se quedó atrás y en 1917 se declaró una huelga general revolucionaria, convocada por la UGT y el PSOE, que tras paralizar los grandes centros industriales durante una semana terminó siendo aplastada por el ejército: hubo 71 muertos, 156 heridos y unos 2.000 detenidos. Además, se produjo el llamado trienio bolchevique hasta 1920. La oleada permaneció hasta 1926 con la primera huelga general en Gran Bretaña.

Una de las consecuencias de la guerra es que Gran Bretaña pierde la hegemonía económica mundial y es sustituida por EE.UU. Europa se haya en una crisis económica profunda, azotada por tasas de desempleo nunca vistas antes y sobre todo una alta inflación. El caso de Alemania es especialmente grave. En julio de 1923 un dólar equivale a un millón de marcos alemanes. La hiperinflación alemana se lleva por delante los ahorros de las capas medias, lo que será un poderosos caldo de cultivo para la construcción del nazismo.

El Tratado de Versalles obligaba a Alemania, acusada de haber provocado la guerra, de pagar reparaciones económicas. Miles de millones de marcos pagados a Francia, Bélgica, etc llevan prácticamente a la quiebra al estado alemán que se ve imposibilitado a seguir pagando, ocasionando que Francia y Bélgica invadan Alemania y se apoderen de su corazón industrial, la cuenca del Rhur. Esto originó un shock en la población alemana, no sólo por el impacto económico sino también por el “ultraje a la nación”.

Durante la recesión económica europea de 1921-24, el fascismo llega al gobierno en Italia (1922). Benito Mussolini que rompió con el Partido Socialista por su pacifismo creó los Fascio di Combatimento en 1919 y defiende, tras la guerra, en plena crisis económica, el derecho de los excombatientes a gobernar el país. Inmediatamente, las escuadras armadas de pistoleros fascistas van imponiendo el miedo en las calles con sus ataques contra socialistas y comunistas, reprimen a los huelguistas, atacan sedes de sindicatos. Los terratenientes e industriales comienzan a apoyar y a financiar a Mussolini, que logra reunir varias decenas de miles de camisas negras. La élite económica dispone, entonces, de una fuerza auxiliar diferente a las que componen normalmente el estado y que puede usar fuera de la legalidad institucional.

Vemos aquí un primer elemento definitorio del fascismo, se trata de un movimiento de masas que surge en tiempos de crisis económica extrema para proteger los intereses del gran capital. A diferencia del bonapartismo, que veremos después, el fascismo logra disponer de un amplio apoyo social, que se nutre fundamentalmente del empobrecimiento de las capas medias de la sociedad y enrola en sus filas a elementos criminales y lúmpenes al que le dan una porra y un sueldo, organizándolos paramilitarmente para actuar violentamente contra las organizaciones obreras, principalmente.

El fascismo, en el poder, va a significar la destrucción física del movimiento obrero organizado, como vía para la recuperación de la tasa de beneficio del capital mediante la fuerza. Y esto, supone, no sólo la prohibición de partidos y sindicatos, también la persecución, detención, tortura y asesinato de sus integrantes. La recuperación de la tasa de beneficio se realiza mediante el ataque al salario (plusvalía absoluta), congelando los mismos y llevando a cabo una pérdida de la capacidad adquisitiva de los mismos. En la Alemania nazi, la pérdida de capacidad adquisitiva fue del 40%, aproximadamente.

En las democracias parlamentarias, sin embargo, la recomposición de la ganancia capitalista se realiza mediante el llamado fordismo, que incorpora ritmos infernales en las cadenas de montaje sosteniendo el beneficio sobre la productividad del trabajo (plusvalía relativa). El fordismo fue posible por la irrupción de la segunda revolución industrial donde el petróleo y la electrificación sustituyeron a la máquina de vapor.

Ambas fórmulas, una salvaje y criminal, y la otra, “democrática y civilizada”, son mecanismos de dominación del capital. Pero, a veces, la clase dominante no es capaz de seguir gobernando con los viejos métodos, no puede disciplinar democráticamente a la clase trabajadora mediante las elecciones y gobernar directamente mediante el sistema de partidos ni tampoco existe a la vista un movimiento de masas fascista en ascenso en el que apoyarse para disciplinar por la fuerza a la población. Es, precisamente, en esas ocasiones donde entra en juego el bonaparte de turno.

El bonapartismo es un fenómeno en el que el estado se alza por encima del control directo de la clase dominante aunque siga respondiendo, en última instancia, a sus intereses. El bonapartismo es, necesariamente, un régimen de corta duración puesto que se basa en un equilibrio entre las clases, en una especie de empate de la lucha de clases. A diferencia del fascismo que posee un apoyo de masas importante en la etapa de ascenso y toma del poder, el bonapartismo es el gobierno de la espada, se apoya directamente en el aparato del estado. El bonapartismo implica, en términos de la lucha de clases, que la clase dominante debe ceder su poder a parte de la burocracia estatal y en especial a un individuo.

Hay muchos tipos de bonapartismo, por ejemplo, en España el régimen de Primo de Rivera en los años 20 que persiguió a la CNT pero supo atraerse a la UGT y al PSOE. Con el trasfondo de la crisis económica, el golpe de Primo de Rivera (1923) sólo obtuvo apoyo del ejército en Cataluña y Aragón, pero fue apoyado y bendecido por el monarca Alfonso XIII que, al igual que Primo de Rivera, quiso tapar el escándalo político tras la derrota de Annual (1921) por las tribus rifeñas de Abdelkrim, donde murieron unos 10.000 soldados españoles, el mayor fracaso militar colonial de la historia. Otros regímenes bonapartistas clásicos son los de Napoleón Bonaparte, Luis Bonaparte o Otto von Bismarck, por el lado burgués, y el de Joseph Stalin, por el lado obrero, todos ellos atravesados por el nacionalismo.

Mención aparte merece ciertos bonapartismos latinoamericanos como el de Lázaro Cárdenas en México o el de Juan Domingo Perón en Argentina. Ambos militares, accedieron al gobierno mediante elecciones, y sin pertenecer al movimiento obrero, cristalizaron relaciones con el sindicalismo. Cárdenas dirigió la mayor reforma agraria de la historia de México y nacionalizó la industria petrolera, dando cobijo a los republicanos españoles huidos del franquismo. Por su parte, Perón estableció una alianza con el sector más revolucionario del sindicalismo argentino, colocando a sus principales dirigentes en las principales responsabilidades del Ministerio de Trabajo. Los obreros argentinos, de la mano de su mujer Eva Perón y de los descamisados de la CGT, conocieron, por primera vez, vacaciones pagadas, seguros de desempleo, seguridad social. Perón nacionalizó la banca y los ferrocarriles, estableció el derecho de voto de la mujer, creó un sistema de pensiones, subió los salarios un 50%. Por primera vez, el componente salarial en la renta nacional superó a los beneficios empresariales. Continuidad de estos bonapartismos progresistas, que se dan en un contexto de intentos de liberación del yugo imperialista y de alianza de sectores del estado con la clase trabajadora, es el caso de Hugo Chávez en Venezuela.

Estos bonapartismos se conocen como bonapartismos sui generis. En los países industrialmente atrasados, como vimos en el caso de la Rusia zarista o como es el caso de las economías latinomericanas, el capital extranjero juega un rol decisivo. De ahí la relativa debilidad de la burguesía nacional. Hay dos opciones, o bien se gobierna convirtiéndose en instrumento del capital extranjero, o bien llegando a hacerle concesiones a la clase trabajadora, ganan la posibilidad de disponer de cierto margen de maniobra en relación a los capitalistas extranjeros. Se trata de un capitalismo de estado, sostenido por una alianza con la clase obrera.

Dicho de otra manera, frente a la presión externa del imperialismo, Cárdenas y Perón, y sin una base consistente de burguesía nacional en la que apoyarse, establecen alianzas con la clase trabajadora, para resistir desde el estado dicha presión, nacionalizando la economía. Tenemos que rechazar la caracterización vulgar del gobierno de Perón como una expresión del fascismo. No podemos dejarnos llevar por la impresión de ciertas semejanzas externas y no analizar el fenómeno en toda su profundidad. Si bien, hay ciertas semejanzas que lo vinculan a un militarismo ideológico, su base de maniobra no eran los sectores intermedios de la sociedad, sino directamente el movimiento obrero. Por eso mismo, no se puede definir como fascista a Perón, porque el fascismo es la destrucción física de las organizaciones obreras y el aniquilamiento de su militancia. No es imaginable ver a un Hitler teniendo a sindicalistas en el gobierno y no en el campo de concentración o ante un pelotón de fusilamiento. La prueba más evidente de esto es que Perón fue derribado por un golpe de estado militar proimperialista. El bonapartismo sui generis latinoamericano es, obviamente, una excepcionalidad histórica propia de la debilidad orgánica del capitalismo en los países semicoloniales del subcontinente.

H/ Del estado de derecho al estado del bienestar

Tras la 2ª Guerra Mundial se produce un período conocido como Los 30 Gloriosos que está considerado como uno de los periodos de mayor desarrollo económico de la historia, con tasas de crecimiento superiores a los dos dígitos. La colosal destrucción causada creó un enorme mercado de reconstrucción donde se vivió el pleno empleo y la generalización de los derechos sociales. Varios factores contribuyeron a este período de bonanza.

El boom económico de la postguerra se basó en políticas keynesianas de intervención del estado en la economía, inversión pública, creación de empresas públicas, ampliación de servicios públicos, ayudas sociales, etc. En primer lugar, esto se conformó para ofrecer una alternativa occidental al estado del bienestar oriental del llamado “mundo comunista” donde había pleno empleo y derecho a la vivienda garantizado. En segundo lugar, EEUU emergió tras la 2ª Guerra Mundial la como superpotencia económica mundial -ninguna bomba tocó el continente americano- con un peso del 50% de la producción mundial y dos tercios de las reservas de oro del mundo. Esto permitió financiar la reconstrucción de la Europa destrozada por la guerra en base al Plan Marshall.

El boom económico de la postguerra permitió las condiciones para un nuevo desarrollo tecnológico: la tercera revolución industrial. La microelectrónica, la robótica, internet, la automatización, etc tiene su génesis en ese período de impulso de las fuerzas productivas. El consenso social de la postguerra permitió una nueva acumulación, con la intervención fundamental del estado, que permitió la reconstrucción del capitalismo en Europa, con el impulso de nuevos monopolios y multinacionales y el surgimiento de nuevas tecnologías. Las políticas keynesianas, socialdemócratas, conformaron lo que se conoce como el estado social de derecho o estado del bienestar. Los derechos humanos se entienden como democráticos -que regulan la participación política- y se añaden los sociales -que garantizan los derechos económicos.

Así al sufragio universal y las libertades fundamentales (reunión, expresión y manifestación), el pluralismo y el sistema de partidos, el derecho de asociación y sindicación, etc se le unen los derechos a la salud, a la educación, a la cultura, a la vivienda, pensiones, ayudas sociales, desempleo, etc. Y todo esto proporciona una ampliación social del estado con cientos de miles de funcionarios, procedentes, en su gran mayoría de extracción social no elitista.

El estado del bienestar se construye en base a estas políticas keynesianas de intervención estatal y con base en el pacto social, lo que en España se llama diálogo social. Con la crisis del petróleo, en 1973, y la recesión del 74-75 que produjo, este modelo comienza a entrar en crisis debido a la espiral inflacionaria y al aumento del desempleo. El capitalismo cambia de política e intenta con la revolución conservadora de Reagan-Tatcher una vuelta al neoliberalismo más duro. El teórico de la puesta en marcha de las nuevas políticas será Milton Friedman que tendrá una experiencia empírica en el Chile de Pinochet.

Este estado del bienestar que se establece en la Europa avanzada, no tiene un correlato en España donde la dictadura franquista desarrolló un estado de subsistencia social, que jamás alcanzó los parámetros europeos. Paradójicamente, cuando el estado del bienestar comienza a ser atacado mediante las políticas neoliberales de destrucción de los servicios públicos es cuando comienza en España la negociación política y social para la construcción de un nuevo régimen.

La caída del Muro de Berlín y el colapso de la URSS fortaleció enormemente la ofensiva neoliberal que se extendió por todo el mundo. La fortaleza social europea también comenzó a integrar en sus política estatales el desmantelamiento de lo público mediante la integración económica y política y las directivas comunitarias de la UE. Maastricht fue la condena de muerte del estado del bienestar europeo.

Las políticas de construcción de un estado social coincidieron, obviamente con la onda ascendente del ciclo económico, mientras que la irrupción del neoliberalismo coincide con la onda descendente. Desde los 80-90, asistimos a una lucha constante por defender las conquistas de lo público frente a los intentos neoliberales de reducción del estado social y fortalecimiento del aparato coercitivo.

I/ La teoría eurocomunista del estado

El eurocomunismo fue conocido como un movimiento político protagonizado por tres partidos comunistas en los años 70: el italiano, el francés y el español. Esos partidos plantearon una estrategia peculiar, adaptada a las condiciones de Europa occidental, rompiendo con el Kremlin, para desarrollar un “socialismo en libertad”. El movimiento fue acogido muy críticamente por ciertos sectores de la izquierda, clasificándolo de traición -en1973, la vía chilena al socialismo fue aplastada por el golpe militar de Pinochet- que revisaba, de nuevo, el marxismo, de ahí el apelitivo de “revisionistas”.

A nosotros lo que nos interesa es conocer y valorar sus planteamientos teóricos en tanto que enunciaron una nueva teoría del estado, apoyándose fundamentalmente en sus interpretaciones sobre Gramsci y Althusser.

Los eurocomunistas parten de una premisa, la composición de estado no es la misma que en la época de Marx y Lenin. Plantean que el estado de hoy no solamente tiene a su servicio al ejército, a la policía, a los magistrados, sino también a cientos de miles de enseñantes, administradores, técnicos, funcionarios y otros asalariados, por lo que sus sus estructuras son mucho más complejas y más contradictorias que las de hace un siglo. Además, esta socialización del estado proviene, muy mayoritariamente, de una extracción social no burguesa, por lo que de ahí deducen que las corrientes ideológicas y políticas que se desarrollan en la sociedad tienen nuevas posibilidades de penetración en el aparato estatal y de conquista de sectores importantes de éste.

Siendo más difícil y complicada pero no imposible en el aparato coercitivo (jueces, policías, militares, guardias civiles, funcionarios de prisiones) y menos difícil en los aparatos ideológicos. En los primeros, la aparición de la clandestina Unión Militar Democrática en el tardofranquismo o incluso la captación política de altos responsables militares como el jefe del JEMAD, como Julio Rodríguez, vendría a avalar esta tesis. Igualmente, la aparición de la AUGC (Asociación Unificada de Guardia Civiles) cuyo ex portavoz es parlamentario andaluz de Podemos o la presencia en la judicatura de jueces y juezas progresistas, caso de Vicky Rosell, vendrían a fortalecer esta visión.

Los eurocomunistas plantean, además, una crisis de los aparatos ideológicos del estado, debido a varios fenómenos: la crisis de la familia tradicional y la aparición de nuevos modelos de familia, lo que incide, además, en la crisis de la Iglesia donde aparecen movimientos de base como la teología de la liberación, el fenómeno de los curas obreros o el movimiento de Cristianos por el Socialismo. En la educación destacan la Universidad (Mayo del 68) y la Ciencia como motores de cambio social y la generalización de la educación que alcanza a amplias capas de la sociedad.

En cuanto a los medios de comunicación dejemos que se expresen ellos mismos:

Pero la lucha por el control democrático de medios de comunicación tales como televisión y radio, de manera que en ellos se expresen las diversas fuerzas de la sociedad y no sólo las gobernantes; la elaboración de leyes que garanticen una auténtica libertad de prensa, es decir, la posibilidad material para todas las grandes fuerzas político- sociales de poseer sus órganos de expresión propios, que va mucho más allá de la libertad de empresa, aunque no es incompatible con ésta, son pasos que pueden permitir a las fuerzas transformadoras librar una lucha desde el interior mismo de lo que hoy son aparatos ideológicos de la sociedad. Desde este punto de vista, la acción de las fuerzas revolucionarias y progresistas para llevar su hegemonía al terreno de la cultura, resulta esencial. Y la condición previa es batirse por una auténtica libertad de la cultura. Sólo en condiciones en que la cultura es libre pueden dichas fuerzas conquistar la hegemonía. (Eurocomunismo y estado, Santiago Carrillo)

El eurocomunismo excluye la toma del poder político por la vía revolucionaria en Occidente porque lo ve imposible por la correlación de fuerzas existente. Y además, considera insuficiente la llegada al gobierno de forma democrática puesto que ese gobierno se tendría que enfrentar al estado profundo que intentaría imposibilitar de facto su acción de gobierno desde el inicio. Por tanto, plantean abordar la lucha por la hegemonía cultural no sólo en la sociedad sino también en dicho estado:

La solución que tenemos que abordar es, en substancia, la lucha por conquistar posiciones, en la medida de lo posible, dominantes para las ideas revolucionarias en lo que hoy son aparatos ideológicos de la sociedad, sobre los que se asienta la autoridad y la fuerza moral y material del Estado capitalista. Y esto tanto en la Iglesia como en la educación, la cultura, el sistema de relaciones de las fuerzas políticas, los medios de información, etc. (Eurocomunismo y estado, Santiago Carrillo)

J/ Gobierno, régimen y estado

El carácter de clase del estado responde a la pregunta: ¿Qué clase o sectores de clase tiene el poder político? El régimen político es otra categoría que responde a otra pregunta: ¿A través de qué instituciones gobierna esa clase en determinado período o etapa?. Esto es así porque el estado es un complejo de instituciones, pero la clase en el poder no las utiliza siempre de la misma forma para gobernar. El régimen político es la diferente combinación o articulación de las instituciones estatales que utiliza la clase dominante (o un sector de ella) para gobernar. 

Concretamente, para definir un régimen político debemos contestar las preguntas: ¿Cuál es la institución fundamental de gobierno? ¿Cómo se articulan en ella las otras instituciones estatales?. El estado esclavista, en Roma, cambia tres veces su funcionamiento. Primero es una monarquía, después una república y finalmente un imperio. Pero siempre sigue siendo un estado esclavista.

El estado burgués ha dado origen a muchos regímenes políticos; monarquía absoluta, monarquía parlamentaria, repúblicas federales, unitarias, presidencialistas, dictaduras bonapartistas, dictaduras fascistas e incluso repúblicas o monarquías parlamentarias con ciertas dosis de bonapartismo.

Los gobiernos, en cambio, son las personas de carne y hueso que, en determinado momento, están a la cabeza del estado y de un régimen político. Esta categoría responde a la pregunta: ¿Quién gobierna?. No es lo mismo que régimen, porque pueden cambiar muchos gobiernos sin que cambie el régimen, si las instituciones siguen siendo las mismas.

En Estados Unidos, por ejemplo, hace dos siglos que hay un régimen democrático burgués, con su presidente y sus dos cámaras parlamentarias. En el complejo de instituciones que constituyen la democracia burguesa norteamericana, la más fuerte es la presidencial. Los gobiernos se suceden, entre demócratas y republicanos, pero el régimen no cambió; sigue siendo una democracia burguesa presidencialista.

No hay que confundir los distintos regímenes con los distintos tipos de estado. El estado se define, como ya hemos visto, por las clases o sectores de clase que lo dominan; los regímenes, por las instituciones.

Se pueden parecer los regímenes políticos en la superficie y ser diametralmente diferentes en su complejidad social. Veamos tres ejemplos históricos: Franco, Perón Stalin. Ya hemos dicho antes que Perón tenía semejanzas externas con Franco: los dos eran militares y de hecho, Perón salvó a Franco entre 1946 y 1949, cuando tanto EE.UU. como la Unión Soviética querían ahogar al franquismo. En esos años llegaban los embarques de cereales y carne que rescataron al pueblo español del hambre y a Franco de los disturbios sociales que podrían haber puesto a su gobierno al borde de la inestabilidad. Y el apoyo no se quedó en lo material. En diciembre de 1946, mientras la ONU imponía un boicot diplomático que dejó a Madrid prácticamente sin representantes extranjeros de jerarquía, Perón enviaba a España un nuevo embajador, Pedro Radío, quien fue recibido con clamorosas manifestaciones armadas por el aparato franquista, ansioso por resaltar que su país no estaba tan solo.

Pero esto no nos puede hacer pensar que Perón y Franco eran dos fascistas. Porque el régimen franquista se apoyaba en la destrucción física del movimiento obrero organizado con decenas de miles de prisioneros políticos y cientos de miles de asesinados. Mientras que Perón nacionalizó la banca y se apoyaba en sectores de la clase trabajadora. Los dos estados, España y Argentina, eran estados burgueses, pero tenían regímenes y gobiernos totalmente diferentes. En España, el régimen era fascista y el gobierno de Falange y en Argentina, el régimen era democrático bonapartista sui generis.

La dictadura estalinista también creó un régimen de un sólo partido con purgas sucesivas sobre su propia dirección y cuadros medios y represión y ausencia de libertades formales. Pero el bonapartismo ruso tenía un carácter de clase absolutamente diferente puesto que el estado nacido de la revolución de octubre descansaba en la clase obrera y en el campesinado pobre. El estalinismo como todo bonapartismo se apoyaba en el aparato del estado pero la naturaleza de ese estado era completamente diferente al de Perón o al de Franco: el estalinismo es un bonapartismo proletario.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Banner de Consentimiento de Cookies por Real Cookie Banner