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Elecciones andaluzas: un balance

Las elecciones andaluzas dieron una mayoría absoluta al PP de Moreno Bonilla con 58 escaños, ganando 32. Espadas no logró superar el anterior resultado de Susana Díaz y se quedó con 30 actas, tres menos. El efecto Olona no tuvo lugar y Vox pasó de 12 a 14. Ciudadanos desapareció, pasando de 21 a 0. Y la coalición Adelante de 2018 que se presentó dividida en dos opciones perdió, en conjunto, 10 escaños, pagando el precio de la fragmentación. Los resultados electorales de la coalición Por Andalucía han sido malos, sin paliativos. Y se necesita un riguroso y profundo análisis de lo ocurrido para armar políticamente, detectar los errores cometidos y perfilar el siguiente ciclo político con acierto.

El escenario pre-electoral estaba condicionado claramente por algunas evidencias que se han ido desarrollando en la última etapa. Un primer elemento es el giro a la derecha que se ha venido produciendo en la sociedad andaluza en los últimos años. En encuestas y sondeos, la mayoría de la población andaluza que se situaba en el centro izquierda elegía como su nueva opción el centro derecha. Este giro se viene materializando en las diferentes citas electorales.

Así vemos como la derecha y la extrema derecha consiguen 72 diputados de los 109 que componen el Parlamento de Andalucía, mientras que en 2018 fueron 59 y en 2015, 42. El cambio es significativo: en 2015, la suma de PSOE, Podemos Andalucía e IU alcanzó 57,16%% del voto en Andalucía, con 67 escaños. En las elecciones de 2018, este bloque perdió 13 puntos, situándose en el 44,13% % de los votos y 50 escaños, 17 menos. En estas elecciones el porcentaje ha bajado al 36,35%, casi ocho puntos menos y tan sólo 37 escaños, 13 menos. Por su parte, la derecha, que en 2015 solo consiguió el 36,5% de los votos, en 2018 subió al 49,99% y en 2022 alcanza el 59,88%. Es decir, se ha producido en tan sólo siete años una transposición del peso electoral de cada bloque.

¿Por qué se ha producido esta situación? Hay varios factores que inciden de manera notable. El primero es evidente: la desaparición de Ciudadanos y la transferencia electoral, casi en exclusiva, al PP. El intento del PSOE de Espadas de captar parte de ese voto ha resultado inútil. Ciudadanos pierde 15 puntos, pasando del 18,28% al 3,29% y de 21 escaños a 0.

Sin embargo, esto con mucho no explica el avance electoral del PP que sube más de 22 puntos, doblando votos y obteniendo 32 escaños más, que se suman a los 26 que ya obtuvo en la pasada legislatura. Sin duda, se trata más de una victoria de Moreno Bonilla que del PP. Moreno Bonilla ha logrado construir una falsa imagen de político moderado que, incluso, ha logrado captar voto tradicionalmente socialista. El 17% del voto del PSOE en 2018 ha votado popular en 2022.

Moreno Bonilla vende moderación, aunque practica las mismas políticas radicales de derecha que Ayuso. Andalucía es la comunidad con menor gasto sanitario y educativo por habitante. La apuesta por la privada tanto en educación y sanidad es evidente. El desmantelamiento de los servicios públicos y la rebaja fiscal a las élites ricas una divisa. A esto se añaden las concesiones ideológicas a Vox al que necesitó para su investidura. Aunque hay una notable diferencia en el talante, la agenda política de Moreno Bonilla ha sido de enfrentamiento con los avances sociales del Gobierno de coalición progresista.

Precisamente, la carestía de la vida, el abusivo aumento de la factura de la luz, de los carburantes y de la alimentación ha tapado estos avances sociales y ha pesado mucho más a la hora de votar, evidenciando un cierto rechazo al gobierno central. Paradójicamente, la situación social de Andalucía no ha estallado durante la pandemia por la medidas adoptadas por el Gobierno central: Moreno Bonilla ha navegado sobre el colchón de la ‘paz social’ que las condiciones materiales promovidas por la acción del gobierno de progreso ha construido, se ha aprovechado de sus medidas, al mismo tiempo que atacaba al gobierno de coalición.

En la construcción de esta falsa imagen de político moderado y buen gestor ha tenido un peso clave la reducción del pluralismo político que se viene evidenciando en Andalucía en los últimos años. Ni Canal Sur ni los dos grupos mediáticos hegemónicos en Andalucía han cuestionado su gestión, más bien han contribuido a la construcción de esa imagen. La escasa oposición de la que ha gozado Moreno Bonilla también ha ayudado.

La abstención, gran protagonista

Votaron 3.700.000 en 2018 con un 43,4% de abstención y 10.000 más en 2022, es decir, 3.710.000 en 2022 con un 41,6% de abstención. Estamos hablando de que más de cuatro de cada diez andaluces y andaluzas con derecho a sufragio no vieron ningún incentivo en ir a votar. Esa abstención ha afectado, principalmente, al electorado potencialmente progresista. En barrios obreros, como Cerro Amate, en Sevilla, la abstención ha subido al 48,04%, por ejemplo.

En cambio, las zonas más ricas de Andalucía fueron más a las urnas que en 2019. En todas bajó la abstención, especialmente en las de renta más alta. En el 3% más rico la abstención bajó 3,1 puntos. Mientras, la abstención en barrios con peor renta subió hasta dos puntos de media.

Esta situación se ha producido por tres principales factores: la izquierda en todas sus variantes no ha conseguido despertar entusiasmo, excepto en la última semana y con una amplitud limitada; una campaña de bajo perfil, con profusión de encuestas que no dejaban duda de la victoria del PP, narcotizando la voluntad popular y la elección estratégica del momento electoral por parte de Moreno Bonilla que ha sido clave para contribuir a la desmovilización electoral del electorado progresista.

Una errática evolución de la campaña

A un mes de las elecciones, Por Andalucía presentaba serios problemas de identificación de la marca y de los actores que componían la coalición, un desconocimiento enorme de la candidata y una confusión evidente con otras alternativas electorales de nombre parecido.

Es necesario incidir una y otra vez en que la nueva marca electoral anunciada un mes antes de la cita electoral ha supuesto una increíble pérdida de votos pues ha generado una enorme confusión. La marca nueva no se identificaba con Podemos o con Unidas Podemos que reunía el principal monto electoral de la coalición Por Andalucía. Había alternativas electoralmente más sensatas que acudir con un nombre nuevo que confunde deliberadamente al electorado como se vio en miles de mesas electorales el pasado 19 de junio.

El mensaje central de la posibilidad de un gobierno progresista en Andalucía no casaba con la realidad, con los datos de las encuestas ni con la percepción social de que la suma fuera posible. Y además se contradecía con el inicial error de dar a entender que en un momento dado se hubiera podido valorar una abstención a Moreno Bonilla para que no gobernara con Vox. Pese a la oportuna corrección, fue un elemento constante de la primera parte de la campaña, que tuvo recorrido mediático hasta el final de la campaña. La aceptación de este marco perdedor traslada al PP como un mal menor, frente a Vox, cuando son expresiones de un mismo proyecto. No hay PP bueno.

Otro de los mensajes, sin duda correcto, de contraponer los dos modelos de gestión, el del Gobierno de la coalición progresista y el de Moreno Bonilla, apoyado por Vox, tampoco resultó. Hoy, la subida de la luz, de la alimentación y de los carburantes ha tapado, indudablemente, los avances más potentes (subida del SMI, IMV, estabilidad en el empleo, leyes feministas, etc.) que se han conseguido en la legislatura estatal.

Lamentablemente, no hubo referencia discursiva clara a elementos centrales que conforman parte importante de la batalla cultural con la derecha. Hubo ausencia del discurso de género y no se buscó representar el espacio de la diversidad y los derechos frente a los discursos de odio, cuando a nivel estatal llevamos el Ministerio de Igualdad. Tampoco hubo una apuesta por visibilizar tres o cuatro propuestas centrales que nos hicieran merecedores de atención. Prácticamente ‘Por Andalucía’ no irrumpió en el debate político electoral hasta la segunda semana. También es necesario destacar que Podemos prácticamente ha estado invisibilizado y limitado en su proyección pública, lo cual no ha ayudado, precisamente, a la identificación de la nueva marca electoral con Podemos y a impedir la confusión reinante.

Indudablemente, todo esto ha afectado al resultado, a lo que hay que sumar la fragmentación política. En 2018, la coalición Adelante Andalucía (Podemos, IU y dos fuerzas andalucistas) se hicieron con 585.949 votos, un 16,19%. En 2022, la suma de Por Andalucía y el partido Adelante Andalucía (legalizado unilateralmente por Anticapitalistas) consigue 451.658 votos, el 12,26%. En escaños se ha pasado  de 17 a 7 (5+2). El PSOE recibió en torno a un 15% de los que apoyaron a Adelante Andalucía en 2018. El resto del electorado de Adelante Andalucía en 2018 se lo han repartido la mitad ‘Por Andalucía’ y una cuarta parte la nueva Adelante Andalucía, controlada por Anticapitalistas.

Al indudable error de inventarse una marca nueva que además se confundía en el nombre con otra ya existente, se le ha sumado los errores de la campaña y la absoluta irresponsabilidad tras el fiasco del registro de la marca, con más de una semana con cruce de acusaciones, lo que debilitó la puesta en escena de una coalición de seis partidos. El entusiasmo se contagia de manera capilar y ‘Por Andalucía’ disponía del suficiente potencial humano y militante para ir insuflando progresivamente en las diferentes capas de la sociedad esa ilusión por la unidad. Sin embargo, ni la propia militancia de los diferentes actores estuvo altamente motivada para ello.

Entre las lecciones para el futuro hay tres elementos a poner en valor. Lo primero es que las cuestiones importantes no se dejan para la última hora, porque necesitan preparación y planificación previa. No se puede cambiar de marca en cada elección. Esto, aparte, de dar una impresión poco seria genera confusión e incertidumbre. Una marca y un candidato nuevos necesita, al menos, un año para un posicionamiento eficaz. Lo segundo es que las confluencias no se pueden imponer. Deben basarse en criterios de amplio consenso: el mecanismo de las primarias para la elección de la candidatura debe ser un principio compartido. Lo tercero es que las principales bazas electorales de una confluencia, como es el caso de Podemos, no pueden desaparecer ni del nombre ni de la papeleta de voto.

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